domingo, 29 de diciembre de 2013

Primeros pasos en la divulgación científica

¿Por dónde debemos empezar para adentrarnos en la divulgación científica? ¿Qué hacer si mi hijo tiene curiosidad por un tema, por ejemplo la metereología, o no le gustan nada las mates, o tiene altas capacidades y no le llega lo que aprende en el colegio?. Todas estas preguntas son un buen principio para comenzar la aventura de adentrarnos en el conocimiento. A no todos nos gusta lo mismo. Cuando era pequeño mi padre me llevó al laboratorio que un perito agrónomo había organizado en Zeltia Agraria, una empresa donde trabajaba mi padre. El laboratorio y la colección de insectos me dejaron fascinado. La vocación secreta de mi padre había sido la de ser químico. Trabajó como ayudante de químico en Zeltia. No pudo estudiar porque la Guerra Civil española había separado a las personas en dos bandos. Mi padre, a pesar de ser un niño muy inteligente, despierto y trabajador había quedado en el bando malo. Sin embargo pudo aprender de químicos increíbles que trabajaron en la empresa en sus primeros años como Fernando Calvet. Posteriormente mi padre se pasó a la parte administrativa de la empresa pero siempre le quedó un gusto y admiración por la química como ciencia. Es muy importante tener esta pasión para poder transmitirla. Hoy en día hay muchos talleres de ciencias para pequeños. Hay muchos geniales pero hay otros lamentables llevados a cabo por personas que no tienen formación científica alguna, que por el simple hecho de tener un título de monitor de tiempo libre, el haberse leído un par de libros de experimentos para niños se atreven a divulgar. La mayor parte de las veces el resultado es lamentable. No se puede divulgar lo que no se ama. Para saber si una actividad va a ser un éxito lo primero es saber el grado de implicación, de conocimiento y pasión que tiene la persona por la disciplina que se va a impartir.

Está también la capacidad para comunicar. En ese sentido también me influyeron los documentales del "El hombre y la Tierra" de Félix Rodríguez de la Fuente. Todavía hoy el capítulo sobre el lobo atrapa a todo tipo de audiencias por la calidad expositiva que fue una bocanada de viento fresco en los años 70 y 80.

Os voy a contar como fueron mis primeros pasos para que tengáis un ejemplo de como se fragua un interés temprano por la ciencia, sobre todo en un país como España en 1970, 1980 en que no había prácticamente nada.


Cuando era pequeño me encantaba andar entre las hierbas del campo buscando grillos, saltamontes, escarabajos. Gracias a esta afición empezaron a caer en mis manos algunos libros como “Los insectos, Manual del entomólogo” del jesuita catalán Longinos Navás.




que curiosamente fue profesor del cineasta Luis Buñuel. Buñuel llegó a ser entomólogo aficionado (llegó a estudiar entomología con el doctor Ignacio Bolivar en su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid) y esta afición se refleja en varias de sus películas. Este libro es un genial resumen de todo lo que debe se saber un entomólogo en un curso de iniciación. Con el descubrí que los insectos se agrupaban en órdenes y que estos órdenes eran una clasificación que delimitaba claramente cada grupo. Una vez que conoces cómo es el orden neuróptero nunca fallarás en determinar si un insecto pertenece o no a este orden. Luego venían las familias y aquí había que saber mucho más, luego los géneros... y por fin las especies que sólo se podían determinar en la mayoría de los casos cuando se observaba la genitalia. Se describía en el libro cómo coleccionar insectos y a ello me dediqué enrolando a algunos amigos en la pasión común y fuimos pequeños Pol Pots de los órdenes coleóptera y ortóptera.




Otro libro que me cayó en las manos venía de la biblioteca de mi abuelo Antonio, de lo que quedó de su biblioteca después de que se la quemasen en el 36, y era un libro de Odón de Buén, que fue un librepensador catalán divulgador de la obra de Darwin en España. Un librito en donde la botánica y la geología se enseñaban como relatos, no como colección de datos.






De la biblioteca del Círculo Recreativo y Cultural, del que mi padre y mis tíos eran socios fundadores, conseguí varios libros de Fabré. Eran libros de prosa rimbombante en donde se describían las costumbres de los insectos desde un punto de vista que hoy consideraríamos próximo a la etología pero que en la pluma del escritor y naturalista francés tomaban un tinte humanizado en un esfuerzo por acercar las maravillas de la entomología al gran público.







Después vinieron dos libros de Michael Chinery, más modernos y absolutamente fascinantes. Estos dos libros me los regalaron en 1980. Tenía 13 años. La guía de campo Omega fue una ayuda imprescindible y poco a poco me fui haciendo con más guías. Cuando llegué a la universidad descubrí la ornitología de la mano de un compañero de colegio mayor, Birdie, y el placer de observar pájaros con prismáticos. La satisfacción de ir a recoger especímenes botánicos, lo divertido de estar identificando plantas con una lupa binocular y una guía...

Hoy en día los chavales tienen acceso a más museos, talleres, salidas al campo, grupos de astrónomos, de construcción de robots, de naturalistas... sin embargo nada sustituye las horas "perdidas" de exploración y los primeros pasos con alguien que realmente disfrute determinado campo de conocimiento.

Más tarde, durante mi doctorado descubrí que en las bacterias estaba condensado todo aquello que me interesaba en la naturaleza y que además la comunión entre comportamiento y genética era en las bacterias de lo más estrecho e íntimo que se podía ver en toda la naturaleza. En ese momento me centré en ellas, como campo de estudio, ahora bien, como gozar gozar pues recomiendo ver a un escarabajo Dytiscum marginalis o a una bandada de charranes árticos en migración.


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